martes, 19 de abril de 2016

“VENGA , LE DIGO”…



“Venga, le digo”… una expresión de por estas tierras que suele estar acompañada de un “póngale cuidao”. Éstas expresiones tienen para mi la frescura y la gracia de lo nuevo, a lo no acostumbrado. Ellos sin saberlo me las dicen casi protocolarmente… yo siempre les pongo cuidao, pero por el hecho que mis oídos no están acostumbrados a esta fonética musical. Necesito ponerle cuidao xq no me quiero perder nadita…

El sábado 16 de abril, junto a un grupo de personas que pertenecen a un grupo de trabajo al cual me integro, iniciamos el ascenso del Cerro del Santísimo en Floridablanca. 
Mil veces escuche el “venga le digo”, pero esta vez fue especial, no lo reconocí hasta después del relato que le siguió hubo de terminar…

Aún resuenan las palabras de Edgar, compañero de camino y futuro gran amigo. Si tal vez sea prematuro decir que te vas a convertir en amigo de alguien, pero cómo contradecir a la certeza que emana del corazón al escuchar cada palabra de una persona que, desde su simpleza, su humildad, recorre cada fibra de un citadino que pa'colmo proviene de las pampas de por allá debajo, de donde casi el diablo perdió la ruana (poncho)…

Venga le digo Don Marcelo… si ve a mis nietos? Toda vez que puedo los traigo a la montaña conmigo, ellos disfrutan mucho este paseo, pero sabe qué? Todos los chinos (niños) de las escuelas deberían subir periódicamente a la montaña. Y sabe qué? Deberían dejar de lado todas esas vaina (cosas) de televisión, jueguitos y esas maricadas (estupideces), los estupidizan, los encierran. Uno debe encontrarse más con la naturaleza, subir una montaña, si ve. Usted cuando camina por la montaña no debe hacerlo por la carretera, debe hacerlo por la misma vereda destapada (caminos sin pavimento), cada paso que da es una decisión que debe tomar, llegar a la cima es haber decido el camino y haber optado en cada paso por donde hacerlo… por eso mis nietos suben conmigo a la montaña…

Edgar es antropólogo, arqueólogo, es mi futuro gran amigo…

Daniel Marcelo Sosa
Arquitecto argentino

jueves, 14 de abril de 2016

ABISMOS RODANTES


Rodar en bici con las aguas al filo del abismo, sentir el manantial que luego son aguaceros, remontar los caminos que se abren como la humedad que sube a los arboles vestida de niebla. La cordillera se quiebra, florece y se enarbola, se esconde y aflora, suenan los cánticos de las cigarras, se escucha el rumor de las voces y se callan los cafetales.
Recorrer la cordillera, sin procesión adentro, compartir el hábitat del venado, del perezoso, la oscuridad de la araña y el aliento libre de los senderos que la cruzan.
El santísimo le da la espalda a la reserva forestal y en cambio contempla  el gris de las ciudades, si su propósito es bendecir, bendice el gris y no el verde de la reserva que proporciona vida que produce el agua que da de beber a cientos de personas que habitamos las ciudades grises. En la montaña de la Judía, se puede sentir aún los aguaceros, las “humedeces” que atraen las nubes, la neblina que esconde las aves, los arboles fantasmales de los abismos rodantes, en cuyas pendientes se desbocan las raíces  y se desprenden los aluviones dorados, los nidos, las hojas y las piedras.


La figura faraónica del cristo desentona en el verde de la montaña y sin ningún pudor ecológico, cambió la vocación forestal y agrícola de este lugar; ahora todos quieren tener una cabaña para estimular las procesiones, ahora la basura de cientos de turistas se acumulan en los recodos de los bosques y caminos; la imposición de hacer tal monumento no tuvo en cuenta sus daños colaterales, se hizo bajo la decisión unilateral del poder que condiciona y lesiona nuestra  constitución política que nos cobija como sociedad laica.


WALTER GÓMEZ
Artista visual

PENDIENTES DE LA JUDÍA


El ascenso en la mañana es empinado y en ocasiones se hace difícil. Despacio se va bordeando la cresta de la cordillera, mientras el canto de los pájaros y las cigarras se confunden con algún valido llegado del potrero cercano donde se ha deforestado la montaña. Los olores de la floresta se mezclan con los vapores mefíticos de los estercoleros. Atrás queda la estridencia de la ciudad a medida que nos acercamos al cerro de La Judía. De las laderas recubiertas por la niebla densa aparece de pronto la imponente belleza de un guayacán florecido. Es necesario darle tregua al pedaleo para otear la ciudad, la cual contemplamos ahora unos seiscientos metros por encima de su cota, es necesario darle tregua al pedaleo para insuflarle alas al espíritu. En un instante se puede esperar la aparición de hadas o de gnomos, pero la realidad es certera. El vocerío de los caminantes que van en peregrinación nos saca del soliloquio. Entonces nos preguntamos por qué le habrán puesto a este lugar el nombre de La Judía. Quizás sea una relación con el despectivo imaginario que dejó en la gente desde hace dos siglos El Judío Errante, el libro de Eugenio Sue, o tal vez por aquellas aves que vuelan desde las llanuras cálidas para pasar las noches en las laderas  frías de la cordillera, que nosotros llamamos garrapateros y otros les dicen judías. No lo podemos definir.

La romería que asciende nos recuerda que para no ver la verdad escueta la humanidad necesita mitos, leyendas y mentiras. En uno de los cerros aparece la imagen gélida de un redentor al que no se le aprecia ni sensibilidad, ni corazón, ni gratitud, ni redención, solo el propósito de explotar a los clientes de un pueblo buey, de un pueblo cordero. Están prohibidos los vendedores ambulantes de toda especie.

Aunque sabemos que la palma está en vía de extinción, continuamos en busca de la chicha de corozo y de los ribazos donde esperábamos encontrar personajes fantásticos, brotan ahora rugidos desesperados de leones que infunden miedo, porque nos recuerdan épocas siniestras de nuestra historia no muy lejanas. Vamos, vamos pronto antes que nos sorprendan esos animales.

Entonces descendemos la empinada cuesta, probando de los hilos de agua que vierten de las cañadas, disfrutando de las enramadas que se forman en la carretera, sin olvidar que estamos pendientes de La Judía, rodando al ritmo lento que se permite en un domingo por la tarde, porque sabemos que abajo otras fauces nos esperan, las fauces de la ciudad que no da tregua.


GABRIEL AYALA PEDRAZA

Escritor.